PERSONAS
Aires de nostalgia brotaron de sus ojos cuando entre las hojas de un viejo libro, aquella foto la tomó por sorpresa.
Se sintió azorada ante la sonrisa picaresca de la mujer que cantaba presencia como un ángel deslindándose del tiempo. Sus ojos entrecerrados en un gesto seductor y el cabello tan bien peinado, como se usaba entonces, eran la viva voz de un pasado muy lejano, que de algún modo se le venía encima. Sintió un escalofrío al seguir detenidamente los rasgos de su bisabuela. Podía aventurarse a afirmar que se le parecía, casi sentía que podía ser ella... una vida lejana... otra realidad como ella misma, solo que pintada en sepia.
Sus manos sintieron el palpitar de un llamado, algo leve y sutil, que la obligó a mirar el reverso de la foto. Allí, con muy cuidada caligrafía, un mensaje...
“De extremo a extremo, una línea se cruza en el jardín prohibido. Mi historia, mi vida, la hallarán donde los sueños renacen”.
Leyó una y otra vez, parecía dirigido a ella. Esto agitó su afición por los acertijos. La bisabuela nunca llegó a conocerla, pero ahora frente al espejo y con la fotografía junto a su rostro, el reflejo le devolvió la sonrisa de ella y de Paulina. El hoy y el ayer. Sí, era un recado para ella, pero ¿dónde comenzar a buscar?
Durante todo el día anduvo inquieta, examinando cada rincón de la casa. Allí habitaba la historia de la familia, pero nada le condujo al pasado. Al caer la noche a solas en su habitación, dándose por vencida, se acurrucó bajo las sábanas bordadas, con las iniciales entretejidas de la bisabuela.
P y G
Cuando sus ojos se abandonaban al dulce vacío, las imágenes del cuadro de la pared que quedaba al otro lado de la cama, comenzaron a moverse en una danza melodiosa –Estoy soñando, pensó, pero incluso creyó escuchar el sonido de la música y una voz que la llamaba. Se acercó, en una esquina, casi ilegible leyó: El jardín prohibido. Allí, en el centro, bailando desnuda y feliz, la vio. Paulina le sonreía.
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