Un relato en la Edad Media...
Tanto
temor habitaba detrás de aquellas paredes de madera y piedra, piedras macizas como el miedo que entraba sin
aviso y se quedaba cual huésped inesperado… Lo natural y sobrenatural traían
consigo un peso indescifrable: cuál de todas las causas era la raíz que había
que atacar, entender o acatar?
Se
elevaban cantos con cierta dosis de fe, una fe que cuestionaba donde debía
apoyarse, en qué pilar santo o en qué cántico mágico.
Todo
ese entorno oscuro y confuso se puso de manifiesto, cuando el niño montó en
fiebre, una fiebre pegajosa que se le adhería a su cuerpo sin querer abandonarle, y la familia en pleno
lanzaba su plegaria al aire, para que tocara la dicha de algún modo y lo
aliviara de su enfermedad…
“…
sal, gusano, con nueve gusanillos, pasa
de la médula al hueso, del hueso a la carne, de la carne a la piel y de la piel
a esta flecha…”
Y
a coro reafirmaban su esperanza (por si una cosa fallaba la otra lo salvara):
“Así sea, Señor”.
El hermano mayor, que llegaba del campo, venía
con la nueva buena, un presagio rescatado del excremento de su caballo. Allí vio un buen augurio! Algo tan deseado en
ese entonces.
El
cielo era una masa compacta llena de mensajes revelados por los astros, pero
aún así, eran tiempos de incertidumbre y temor.
Se
sabía que mentados adivinos se habían sentado en el cruce de algún camino para
hablar con los muertos y avizorar si alguna catástrofe se avecinaba.
Se
aproximaba el año mil… Hubieron quienes pronosticaron que sería el final de los
tiempos, por eso cualquier evento, por simple que fuera, podría ser un
indicador positivo de salvación, o el alimento de las imágenes más tenebrosas y
los miedos invencibles.
Íntimamente,
cada uno, en aquella familia, acunaba el deseo más tibio de que el niño
mejorara. Sería un modo de poner a prueba la fuerza del destino y confiar que
en su cura estaría la respuesta a todas sus incertidumbres. Por ello, se dispuso
trasladar al niño a una encrucijada, lo
pondrían en un foso rodeado de espinos. La tierra, sabia madre, madre de vida,
absorbería el mal, empapándose en él y liberando por fin a la criatura de lo
que tanto le aquejaba…
Quién
sabe qué fuerzas poderosas actuaron esa noche, donde los miedos si bien no
fueron vencidos al menos se hicieron viejos. El
niño sanó paulatinamente… la sonrisa volvió a su rostro y la fiebre
escapó volando disipándose cual humo.
El
último combate contra el mal, quedó esperando un mejor momento.
Gaby*
Nota: “El legendario año mil, final del primer milenio, que se utiliza convencionalmente para el paso de la Alta
a la Baja Edad Media, en realidad tan solo es una cifra redonda para el cómputo
de la era cristiana. Pero
ciertamente, el milenarismo y los pronósticos del final
de los tiempos estaban presentes.
Todo el siglo X, más bien por las
condiciones reales que por las imaginarias, puede considerarse parte de una
época oscura, pesimista, insegura y presidida por el miedo a todo tipo de peligros, reales e imaginarios, naturales y sobrenaturales: miedo
al mar, miedo al bosque, miedo a las brujas y los demonios y a todo lo que, sin entrar dentro de lo sobrenatural
cristiano, quedaba relegado a lo inexplicable y al concepto de lo maravilloso, atribuido a seres de dudosa o quizá posible
existencia (dragones, duendes, hadas, unicornios).”
Como escribió Umberto Eco:
“La Edad Media cree
firmemente que todas las cosas en el universo tienen un significado
sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito por la mano de Dios.”
Wikipedia siempre aportando información! :-D
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