En los zapatos del otro
Anduve un tramo del camino. Recto, liso y llano.
Iba recogiendo impresiones de un paisaje que me era ajeno. Cada
piedra tenía un lugar preciso, bien acomodado, perfectamente ubicado para que
no fuera un obstáculo.
Los arbustos parecían alineados por una mente bien templada,
donde el sol tenía una sana sapiencia y dejaba caer sus rayos con medida y
precisión.
Ninguna sombra caía con intención de oscurecer la mirada, solo
proteger el paso, brindar un cobijo placentero a la hora del cansancio.
Todo era así, mas no asá, todo estaba a punto, a tiempo, medido, formalmente ideado,
con una meta trazada con prolija exactitud… No había lugar para los
imprevistos…
Entonces me detuve, miré mis pies que arrastraban un par de zapatos tres números más grandes.
Ese no era mi andar, tampoco mi camino.
Te busqué con la mirada, la que encontré merodeando en tono de
súplica.
Transpirabas incomodidad, trastabillabas, la inseguridad y la
desazón se había empezado a trepar por tus piernas.
- - No puedo más…- dijiste, y te descalzaste con
desesperación devolviéndome mi calzado, en tanto yo, te regresaba el tuyo. No dije nada, solo
alcancé a entenderte. Fue una loca experiencia la de intercambiar lugar, rumbos
y rutinas, las tuyas, demasiado alineadas y planificadas para mi gusto… y es
claro que quien define caminos con tanto esmero y precaución jamás se hallará a
gusto, andando por un camino intrincado pleno de encrucijadas y obstáculos como
el mío…
Suelo usar la frase: “Te entiendo, pero no te comprendo”… a la que agrego: pero te respeto.
Gaby*
Y otros siguen calzando zapatos ajenos en lo de Gastón